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Te Deum de Acción de Gracias virtual en Catedral Copiapó : Homilía de Obispo Morales: “Felices los que trabajan por la paz y la justicia”

Hoy nos convocamos como hombres y mujeres de fe, a celebrar un año más de nuestras fiestas patrias, lo hacemos con la certeza que nuestra vida tiene un sentido trascendente, que nos lleva a saber que tenemos un Dios, que nos llamó a la vida y que, con su bendición, nos permite llevar adelante nuestra existencia.

Damos gracias a Dios por nuestra patria, por estar vivos, por reconocer todos los dones que el Señor nos da, y que en esta Región de Atacama descubrimos tan maravillosamente en su naturaleza y especialmente en su gente. Queremos dar gracias, por todo lo que recibimos como don de Dios, que siempre tenemos que entender como don para los demás, pues nunca un regalo del Señor es para uno mismo, siempre el don se debe entregar y donar, y hoy más que nunca, compartir con el que sufre o que menos tiene.

Queremos también pedir al Señor por nosotros y nuestra patria, vivimos tiempos complejos en el ámbito sanitario, económico y laboral. Hoy la pandemia del coronavirus nos amenaza con una estela de muerte y enfermedad, afectando como siempre, a los más desvalidos, y colocando a muchas familias, en la difícil situación de no tener recursos para alimentarse y mantener a sus seres queridos. Debemos con fe y esperanza, pedir a Dios por el fin de esta peste, y saber que en las peores situaciones, el Señor nos regala sacar lo mejor de nosotros para ser instrumento en ayuda del prójimo.

Esta pandemia nos ha revelado muchas cosas de nuestra sociedad y de la forma de relacionarnos. ¡Cuánta falta nos hace volver a darnos la mano o un abrazo, reunirnos en familia con nuestros adultos mayores y compartir la alegría de ser familia! Sin embargo, hemos aprendido que cuidarnos implica también cuidar a otros. Como nos ha dicho el Papa Francisco, no nos salvamos solos, necesitamos de nuestro hermano y hermana para construir la sociedad y el país que soñamos.

El Papa Francisco ha expresado que “la pandemia ha puesto de relieve lo vulnerables e interconectados que estamos todos. Si no cuidamos el uno del otro, empezando por los últimos, por los que están más afectados, incluso de la creación, no podemos sanar el mundo”. Qué importante es tener presente esto, queridos hermanos y hermanas, somos vulnerables, a pesar de todo el avance de la humanidad; debemos, por lo tanto, experimentar la fuerza de la fraternidad y la hermandad, entender que la solidaridad no sólo es un valor que vivimos los cristianos, sino que es un valor que todo ser humano está invitado a vivir, para construir esa humanidad que soñamos, y que nuestro Señor Jesús nos enseñó a construir, desde el amor y el respeto de cada ser humano.

Pero también el Papa Francisco nos recuerda que el cuidado por el otro pasa por el cuidado de la creación, nuestra “casa común”. Mucho tiene que ver este virus, con la depredación que ha causado la explotación insaciable de muchos ecosistemas por parte de la humanidad, como también, el no respeto de la naturaleza, en sus bosques y selvas.

En este último aspecto, celebro que en el día de ayer el Primer Tribunal Ambiental determinó el cierre total y definitivo del proyecto minero Pascua Lama. Se ha puesto en evidencia, una vez más, que “la magnitud del peligro de daño en la salud de las personas hace necesario el cierre de Pascua Lama”. Corroboramos que el esfuerzo de tantos y tantas, sobre todo en nuestra región, por frenar este proyecto, está dando frutos para el bienestar de todos. Confiamos que las instancias judiciales que vienen, ratifiquen lo manifestado ayer.

Necesitamos aguzar los sentidos y ensanchar el corazón, para entender que no todo es negocio, que primero están las personas, pues como nos dice el Papa Francisco, tenemos que “…despertar y escuchar el grito de los pobres y de nuestro planeta tan gravemente enfermo».

El Evangelio que hemos proclamado nos ha dicho que son “Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados”, como también son “Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios”.

Nuestro país el próximo mes de octubre tendrá un plebiscito donde deberemos decidir sobre si queremos tener o no una nueva Carta Fundamental, una nueva Constitución que como cuerpo normativo nos ayude a sentirnos con un pasado y futuro común, donde cada uno de nosotros pueda sentirla como propia. Es cierto que una Constitución no es la solución a los problemas más acuciantes que sufre nuestra patria, por eso el compromiso de todos los servidores públicos debe ser, con el respeto a las legítimas diferencias, propiciar el diálogo y el respeto cívico. Como nos ha dicho el Evangelio, debemos trabajar por la justicia, y también por ser constructores de paz, nunca de violencia.

En octubre pasado vivimos diversas manifestaciones, que pusieron de manifiesto el profundo malestar de muchos en nuestra patria por las condiciones de injusticia e inequidad en que nuestra sociedad se encuentra. No es posible hablar de justicia con pensiones de hambre para nuestros adultos mayores, no es posible hablar de justicia cuando la salud de calidad es privilegio de pocos, no es posible hablar de justicia cuando los trabajadores quedan sujetos a una precariedad laboral escandalosa, no es posible hablar de justicia cuando existen sectores invisibilizados, como los migrantes o las personas en situación de discapacidad. De todos se exige un compromiso responsable, pero más si nos llamamos cristianos y católicos, pues lo que nos orienta en la vida es el Evangelio, la Palabra de Jesús, que nos enseñó a ser hermanos.

Humildemente invito, si se decide iniciar un proceso de nueva Constitución, a todos los laicos de nuestra diócesis, “constituidos en Pueblo de Dios y hechos partícipes a su manera de la función sacerdotal, profética y real de Jesucristo… a cumplir su propio cometido, guiándose por el espíritu evangélico, de modo que, igual que la levadura, contribuyan desde dentro a la santificación del mundo y de este modo descubran a Cristo a los demás, brillando, ante todo, con el testimonio de su vida, fe, esperanza y caridad”

Hace pocos días he asumido como obispo de la diócesis de Copiapó y como dije en un saludo a la diócesis:  “Como no lo sé todo, y me equivoco muchas veces, pido que cada uno de ustedes me ayude a ser el obispo que el Señor quiere, que caminemos juntos en el discipulado de Jesús, que sepamos que en la Iglesia no hay cristianos de primera o de segunda y que nuestra dignidad no viene sino desde el bautismo.

Quiero aprender de cada habitante de esta hermosa tierra, especialmente de los ancianos, sabiduría que nos ilumina en medio de las incertidumbres del presente. Aprender de cristianos y no cristianos, de aquellos que participan dando vida y corazón a la Iglesia, y de aquellos que no quieren saber nada de ella. Aprender de las mujeres de nuestra diócesis, madres, esposas, religiosas, trabajadoras; que cada día son la fuerza que saca adelante sus sueños, de un mejor porvenir para los que más quieren. Aprender de los bailes religiosos su devoción y fe, que nos enseña a esa entrega fiel y confiada a Dios. Aprender de los mineros, fuerza de la región, sacrificio diario, que olvidándose muchas veces de sí mismos, arriesgan sus vidas consiguiendo el pan para su mesa. Aprender de los jóvenes, estudiantes y trabajadores, que nos invitan a mirar el futuro con esperanza, y que en sus sueños nos hacen presente el proyecto de Dios para la humanidad. Aprender de mis hermanos sacerdotes, hombres que junto a su pueblo luchan por hacer presente el Evangelio en medio de ambientes adversos, de pobreza y marginación. Aprender de los sencillos y humildes, predilectos del Señor, y a los cuales me debo, y a los que debo imitar, no obstante, lo mucho que me falta, que Jesús me regale su gracia en este deseo”.

En el regazo materno de Nuestra Madre la Virgen de La Candelaria, imploramos la bendición del Señor. Amén.

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