SUPER RICOS, PANDEMIA Y ÉTICA
POR LUIS SOTO ROGEL,
ONG MILLENIUM ATACAMA.-
Si pudiéramos considerar al virus pandémico como a una entidad personificable, sería sin duda, el ser más odiado del planeta. Sin embargo, el daño y secuela de fallecidos que ha ocasionado a la humanidad este abominable virus, tiene una faceta que, irónicamente, se podría estimar como de justicia social ya que, a pesar de todo, su artero e invisible ataque no discrimina castas o clases sociales.
Pero, esta imagen de supuesta indiscriminación, que usamos en realidad como una ironía, lo es solo en cuanto al azarístico contagio individual, ya que tiene muchos considerandos intermedios. Uno de estos tiene que ver con las consecuencias de la propagación contagiosa en los hogares con mayor deprivación socioeconómica, en los cuales hay gran hacinamiento asociado con precarias condiciones de ingresos lo que impide asumir una obediente inamovilidad y obliga a que al menos uno de sus integrantes necesite salir a la calle a buscar el sustento. Por esto resulta casi agraviante para quienes nos ubicamos a este lado del planeta, enterarnos a través de un informe de una importante y prestigiosa institución suiza de consultoría y asesoramiento a grandes inversionistas a nivel mundial, de que América es el continente más económico del mundo para que los millonarios puedan seguir llevando su vida de lujos.
Según sus conclusiones, comprar joyas, whisky, equipamiento para sus gimnasios privados o reservar la suite de un hotel, es más barato en ciudades como Sao Paulo, Ciudad de México o Miami, que en las grandes ciudades de Europa o Asia. Este estudio mide una canasta de bienes y servicios que reflejan el estilo de vida de las personas con un alto nivel de patrimonio de veinticinco grandes capitales y ciudades del mundo. En ella se incluyen desde trajes de vestir, relojes, carteras de mujer, vinos, vuelos de negocios y abogados. Midiendo el valor de los bienes, el costo del estilo de vida de este segmento presenta un incremento de apenas 1,05 %, lo que refleja una inflación muy inferior al de otros bienes que requieren la generalidad de los consumidores. Usualmente la inflación de los millonarios, es superior a la general pero el valor de esta “canasta básica” de los más ricos, apenas sufrió cambios durante la pandemia mientras que la canasta de subsistencia de los más pobres se encarece y llega a constituirse en inaccesible cuando el ingreso familiar está mediatizado por el control pandémico para salir a trabajar.
Respecto de Chile, es un dato relevante el que da el ranking Forbes, que menciona cuales son las personas más ricas a nivel mundial y que, en cuanto a los millonarios chilenos, señala que estos aumentaron su fortuna en 73 % pese a la pandemia. Si consideramos que estos constituyen el 1 % de la población y que concentran un tercio de los ingresos anuales del país, hay una disonancia que plantea un inevitable llamado a demandar donde corresponde buscar los recursos que requiere la ciudadanía y que hoy día, aún se mezquinan con argumentos vergonzosos e insostenibles desde un punto de vista ético, insistiendo en buscar respuestas que eluden el fondo de la cuestión, y que tienen que ver con la desigualdad social que hoy más que en cualquier otra época está a la vista, acusada en vitrina de las redes sociales con la información que delata la ostentación y el lujo de una minoría privilegiada que, además, no siempre accede a ella en forma intachable como resultado de habilidad comercial y empresarial, sino con trampas, resquicios y privilegios otorgados en los inicios o durante la ampliación de sus emprendimientos y que, posteriormente, les permite, además, eludir impuestos de distintas maneras, entre otros, colocando sus ganancias en paraísos fiscales. En este punto es cuando más se fuerza la cohesión social ya que esta desigualdad se hace más inmoral e inicua cuando los más desfavorecidos, que son la mayoría, no reciben lo que necesitan para subsistir en el momento álgido de la segunda ola de la pandemia. Para corregir esto, aparte de tomar inmediatas medidas legislativas de emergencia apuntando donde corresponde, debemos encaminarnos a cambiar la ética de la sociedad, para que toda persona sea sujeto y protagonista de la vida, en cualquiera de las realidades que impere ya sea el mercado o el estado, la economía o la política, las que tienen que estar orientadas al servicio de una vida digna. Este espíritu, que parece tan lejano y que para muchos puede ser solo un lirismo emotivo, ya tiene sus bases en organizaciones que, como las ONGs, desprovistas de prejuicios políticos, sociales, raciales o étnicos, hacen su esfuerzo de tiempo, dedicación e incluso económico de sus propios integrantes, para entregar y aportar a las obras que promocionan el bien común.
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