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SOBRE EL COMPORTAMIENTO Y COMPROMISO: EN LA CONVIVENCIA SOCIAL (SI NO TRABAJO, NO COMO)

POR LUIS SOTO ROGEL,
MAGISTER EN EDUCACIÓN,
ONG MILLENIUM ATACAMA.-


Las restricciones impuestas a la población por la autoridad para impedir la propagación del virus pandémico tuvieron muy poca oposición en sus comienzos. Sustentadas en la razón, la evidencia y el respaldo científico, la ciudadanía las aceptó con resignación ante el temor que le producía ese invisible enemigo mortal. Podríamos decir que, mayoritariamente, las compartimos con disciplina y nos refugiamos en nuestros hogares con resignación casi mística. Pasando el tiempo, el hastío del encierro empezó a hacer mella en nuestras psiquis mientras las redes sociales eran inundadas por mensajes oposicionistas de sujetos que, proponiendo un supuesto respaldo médico – científico o la cita de casos remotos cuya autenticidad eran imposibles de pesquisar, pretendían convencernos de sus ridículas aseveraciones. Sin embargo, a pesar de que esta situación fue decayendo, surgió potente el factor economía familiar. Ayudas más, ayudas menos, este aspecto se transformó en un contundente argumento que reinstaló el oposicionismo aunque, sin duda, desde otra trinchera mucho más razonable. Confluyeron así dos corrientes de opinión en que la primera, en realidad recibía a su haber la afluencia de la corriente de los indolentes de siempre y a quienes se les motejó irónicamente como “los inmortales” por su incomprensible comportamiento de desenfreno en irresponsables fiestas masivas.

Así entonces, la adopción de estrategias para neutralizar el sostenido empantanamiento en la contención de la pandemia, se encontró con un frontón difícil de superar, aunque también han contribuido a ello las contradictorias instrucciones de la autoridad que definitivamente han terminado por confundir, restando convicción y credibilidad, por la evidencia del desacato descontrolado de parte importante de la población. En este escenario, sumando otro factor de complejidad creciente en el tema, se nos viene la responsabilidad de asumir los compromisos sociales y políticos suscritos como consecuencia del estallido social y que enfervorizan, relegando en la práctica, los resguardos rigurosos que requeriría la situación sanitaria.

De esta forma ya hemos sido convocados a sucesivas elecciones que han dejado, como era de esperar, ganadores y perdedores, pero también, especialmente entre estos últimos, a muchos que califican la experiencia como una instancia menor en la que estiman es la instancia definitiva, la presidencial. En todo caso, en el camino a ella aún quedan unas cuantas carreras previas en que, parodiando la jerga hípica, los ejemplares se mueven nerviosos en sus corrales esperando el momento de la partida mientras nosotros, el público, observamos con catalejos y desde muy lejos, lo que es posible ver de los arreglos y acuerdos previos de interesados dueños, enervados preparadores y ansiosos jinetes. A propósito del mayor o menor acercamiento a la acción política, en esta última elección, a la salida del recinto donde cumplía con mi deber cívico, al pasar cerca de unos votantes, escuché la expresión “si no trabajo, no como”, de uso popular, y que he escuchado desde siempre por parte de los escépticos de la política, que generalmente sintetiza una idea que parece más bien orientada a posicionarse en una suerte de neutralidad que proteje la verdadera filiación política de quien la dice u oculta la frustración de una derrota.

Lamentablemente, esta expresión hoy en día, como consecuencia de la pandemia, para muchos de nuestros(as) compatriotas, ha asumido también una connotación literal, ya que han se han visto en la necesidad de sobreponerse a las instrucciones de enclaustramiento sanitario, saliendo a las calles a laborar en servicios o el comercio para llevar el sustento a sus hogares con lo que, sin quererlo, se van sumando a la población que no tiene los mismos justificados fundamentos, y que sale sin tener la necesidad perentoria de hacerlo, con lo cual la imagen de desacato se hace más ostensible y camufla a los verdaderos indolentes, mientras en los centros hospitalarios la demanda agota las posibilidades materiales y humanas de los profesionales de la salud.

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