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HACIA EL FIN DEL TURISMO DE MASAS

POR MAURICIO DE LA BARRA CARRASCO,
GEÓLOGO,
ONG MILLENIUM ATACAMA.-

El avance de la pandemia nos presenta una postal – hermosa y aterradora – de un mundo sin turismo. Por ello resulta complejo sacar de nuestra cotidianidad este fenómeno, imaginando unas vacaciones sin salir de casa.

Por otra parte, destinos turísticos a nivel mundial han presenciado la regeneración de ecosistemas, los niveles de CO2 han descendido y el planeta ha vuelto a respirar. De todas las calamidades que ha producido el Covid 19, la industria turística es ejemplo fehaciente de la parálisis de un sector que comprende un 10,4 % del PIB mundial generando empleo a 300 millones de personas. Según un informe de la Organización Mundial del Turismo, el turismo internacional podría caer hasta un 60 / 80 % en el conjunto del año 2020. Ante esta dicotomía, es necesario un análisis crítico hacia el turismo de masas y el impacto negativo que genera en los ecosistemas naturales y las comunidades de los destinos turísticos v/s el beneficio económico que este produce. El turismo es una industria inusual, ya que el principal activo que comercializa, una playa o un río por ejemplo, no le pertenecen. Estos recursos naturales son la base del producto turístico que se genera junto con los servicios y la infraestructura de acceso al destino, influyendo así en la experiencia del turista y, en consecuencia, en la actitud del mismo hacia el destino. Este recurso natural es finito, frágil y clave para las comunidades locales. 

El desarrollo tecnológico en la industria turística, ha empoderado al turista contemporáneo promedio. A través del internet es posible reservar hoteles, líneas aéreas y otros servicios. Un claro ejemplo es Airbnb, compañía web que permite a la gente común arrendar sus residencias como alojamiento en iguales condiciones que un hotel, pero a mejor precio. La entrada de Airbnb facilita y permite el contacto entre propietarios de viviendas y turistas, sin que dichas empresas estén formalizadas, cuenten con resolución sanitaria, ni menos con permiso municipal. Los propietarios ofertan sus residencias desde una perspectiva de economía colaborativa y progresivamente con una finalidad estrictamente comercial. La vivienda se convierte en producto turístico, rentabilidad derivada de este uso ocasional. Esta modalidad de negocios crece cuando los inversionistas del sector inmobiliario invierten en este modelo explotado por pequeños propietarios locales, así como por grandes fondos de inversión que compran edificios enteros para este tipo de uso. Hasta antes del estallido social en Chile, existían valores tan bajos como una habitación en suite en el centro histórico de Santiago por menos de diez mil pesos, siendo imposible a un hostal competir con estos valores.

En la turistificación de los centros urbanos, existen los procesos de gentrificación, los cuales desplazan a la población tradicional, las clases sociales más vulnerables, hasta el punto de excluirlas del territorio ante la llegada de individuos con mayor capital económico y cultural. Este desplazamiento desde el centro urbano patrimonial hacia los suburbios que se genera por la llegada masiva de turistas, es un proceso de transformación irreversible que afecta positiva y negativamente a las ciudades históricas, efectos que se dan particularmente en el mercado inmobiliario local y el aumento excesivo de los precios de alquiler, expulsando y marginando a familias de barrios turistificados. En Europa, la aparición de nuevas tecnologías de información y comunicación como Airbnb, ha sobrecargado aún más ciudades como Barcelona, Madrid y Amsterdam que han incluso multado a esta empresa por el impacto negativo en los vecinos de la ciudad. 

¿Qué tipo de turismo entonces? Los objetivos estratégicos del turismo lanzados el 2012 por Sernatur, es la carta de navegación para la industria. Esta estrategia contemplaba tres objetivos estratégicos al 2020, primero, duplicar el aporte del turismo al PIB, 3,2 % del 2011 al 6 % en el año 2020, segundo, promover la creación de Pymes y medianas empresas (40.000 nuevos empleos al 2020) y tercero, el crecimiento de la cantidad de turistas internacionales cuantitativamente (5,4 millones al 2020 y aumentar el gasto en un 50 %). Pero esta estrategia no ha sido eficaz. El aporte de la industria al PIB se ha mantenido, y si bien ha crecido cuantitativamente, el gasto se ha estancado y los productos turísticos que se ofrecen no han podido aumentar su valor. Pareciera una tendencia mundial, el turista quiere pagar menos en sus vacaciones y las tecnologías se prestan como la coyuntura perfecta para aquello.

Hacia el fin del turismo de masas, así se visualiza por ejemplo en el centro patrimonial de Santiago, donde se han producido procesos de gentrificación y turistificación, pero aún se está a tiempo de generar una adecuada gestión del turismo para evitar la sobresaturación del destino, que podría crear un sentimiento turismofóbico que ya se ha presenciado en lugares como Barcelona o Venecia, en donde los turistas pasan a ser una verdadera termita que consume los recursos de los lugareños, aportando muy poco a las comunidades locales. Pareciera que la pandemia nos indica que el recurso natural, la base del producto turístico, es finito y frágil. El turismo no es el derecho que muchos turistas parecen pensar que es, sino un privilegio que debemos internalizar como una experiencia única de la cual podemos disfrutar, siempre y cuando el concepto de sustentabilidad deje de ser un elemento meramente de marketing, sino una realidad en las comunidades locales y los ecosistemas que permiten su desarrollo.

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