Región - Actualidad

Cuidar la democracia

P. Jaime Pizarro, administrador diocesano

Ya comenzaron las campañas por el Apruebo y el Rechazo, con miras al plebiscito del 25 de octubre, en que la ciudadanía decidirá si quiere o no una nueva Constitución, y en caso de quererla, qué órgano deberá escribirla. Es un hecho de tal relevancia en nuestra historia nacional, que sin duda será un hito para toda esta generación.

Como Iglesia, alentamos a la participación de cada habitante de nuestro país. La participación es la base de la democracia. Nuestros obispos han dicho que “como pueblo de Dios estamos llamados a comprometernos en la vida política, que es una de las formas más altas de la caridad, porque busca el bien común y la justicia social”. Nadie debe quedar fuera de este proceso, por eso, cada cual debe votar en conciencia, pensando en un proyecto de país centrado en el bien común y la protección de quienes requieren especial cuidado, que están en situación de vulnerabilidad económica y social.

Es nuestra responsabilidad informarnos de este proceso, conocer las opciones a favor y en contra de una nueva Constitución, y de los escenarios que surgen de estas opciones. Nuestra participación es la que da legitimidad a la democracia, por eso la invitación a “revitalizar nuestra esperanza, alejar el miedo, el egoísmo y el antagonismo, para atraer el diálogo, los encuentros, el respeto mutuo y la confianza”, dicen los obispos.

El proceso ciudadano que vivimos desde octubre del año pasado significó una ciudadanía que comenzó a empoderarse. En todos los lugares surgieron instancias de reflexión, donde grupos de personas de edades y tendencias distintas se reunieron a hablar del país que querían. Sin duda ha sido un diálogo complicado, porque es difícil el ejercicio de escuchar y consensuar, pero también ha sido fecundo. De hecho, este plebiscito es fruto de aquello.

La pandemia significó una brusca pausa en este movimiento social, pero no lo ha apagado del todo, sino que ha dejado al descubierto la justicia de muchas de las demandas que la ciudadanía ha proclamado desde octubre.

Tomar en nuestras manos el futuro del país es un derecho y también un deber. Como tal, los cristianos, y todas las personas de buena voluntad, estamos llamados a configurarlo de modo que todos tengamos cabida en él, con pan, respeto y alegría.

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