Región - Actualidad

Copiapó celebra 277 años en los que atesora parte de la historia de Chile y la pujante actividad minera

Copiapó celebra su aniversario número 277 en un segundo año marcado por la pandemia. No es la primera vez que la ciudad atraviesa períodos difíciles: desde su fundación en 1744, radicales transformaciones han forjado el carácter de su pueblo y han dado forma a la identidad local.

Los orígenes de la ciudad se remontan tan atrás en el tiempo que el mismo significado de su nombre se ha perdido. Los diaguitas que habitaban la zona la llamaban Copayapu, pero mientras algunos sostienen que su traducción literal es “copa de oro”, otros aseguran que se trataría de “sementera de turquesas”.

Lo que se sabe a ciencia cierta es que fue la primera tierra del futuro Reino de Chile donde los conquistadores españoles establecieron su dominio en 1540. En esa ocasión, Pedro de Valdivia la denominó Valle de la Posesión, nombre que conservó hasta 1744, año en que José Manso de Velasco mandató su fundación oficial como San Francisco de la Selva de Copiapó, en honor a la selva que debía desaparecer para dar paso a la nueva ciudad.

Ese 8 de diciembre todo el pueblo se reunió en la actual Iglesia de San Francisco para celebrar una misa en honor al rey, luego de lo cual los vecinos más destacados acompañaron al corregidor a trazar las líneas generales de la nueva ciudad.

Ya en esa época existían yacimientos mineros en la región. Pero la revolución económica llegó con el descubrimiento del mineral de Chañarcillo a mediados del siglo XIX, que convirtió a Copiapó en una tierra semejante al viejo oeste de las películas estadounidenses. Con una ley que tardaba en llegar desde la capital y una fiebre minera desatada, personas de todas partes del mundo llegaban en busca de un golpe de suerte que los convertiría en nuevos ricos.

El científico polaco Ignacio Domeyko describió así el ambiente que se vivía en el Copiapó de la época:

“La gente no piensa más que en las minas, no se busca al prójimo más que por su dinero, sus brazos, su fuerza. Las calles llenas de polvo; las casas siempre silenciosas, pocas mujeres y niños (…) En las casas privadas no se oye hablar sino de minas, de plata y de pleitos.”

La fiebre del Chañarcillo comenzó su declive en la segunda mitad del siglo XIX, pero deja de legado el primer ferrocarril del país, aquel que unió a Copiapó con Caldera y cuya estación hoy es monumento nacional.

Durante las décadas siguientes, la ciudad repetiría una y otra vez este ciclo de auge y decaimiento.

En la actualidad, la extracción de cobre representa su principal sustento económico, aunque existe también un fuerte sector agrícola basado en la recolección de uvas y aceitunas.

El clima es la gran bondad que rescatan hasta el día de hoy sus habitantes. Un sol que acompaña todo el año y una flora que, contra todo pronóstico, logra abrirse paso en uno de los desiertos más áridos del mundo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *