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DEMOLIENDO HOTELES. INDULTOS, NARCOTRÁFICO Y POPULISMO PENAL

POR CARLO MORA,
ABOGADO DE LA UNIVERSIDAD DE ATACAMA,
CON ESTUDIOS DE POSGRADO EN LA UNR.

Tras una larga serie de ácidas críticas a los indultos otorgados por el presidente Boric a ciudadanos condenados en el marco del Estallido Social y al ex frentista Jorge Mateluna, este martes el Tribunal Constitucional demostró que aún puede recuperar la sobriedad republicana que perdió tras las diletancias y la crisis de credibilidad a que lo arrastrara el segundo mandato del Señor Piñera.

Fuego “amigo” incluido, esto es, con diputados pidiendo revisar el indulto del copiapino Luis Castillo pues “merecía seguir tras las rejas” y con declaraciones del ex Presidente de la República Ricardo Lagos (impensadas años atrás en una figura de su dignidad) manifestando una odiosa incredulidad ante el indulto a Mateluna, a pocas horas de que el TC resolviera el requerimiento del variopinto grupo de Senadores de oposición (de Rincón a Kast) en contra de la decisión del Ejecutivo, finalmente se frenó un peligroso avance del populismo penal.

Podemos conceder que hubo desprolijidades a la hora de informar los indultos, que el propio presidente se hizo un flaco favor a la hora de entrar a explicar el ejercicio de una facultad presidencial que, tanto histórica como institucionalmente, no requiere de ninguna explicación.

El Sr. Piñera indultó a más de 4 mil reos en un día, y concedió más de 30 indultos particulares incluyendo criminales de lesa humanidad, condenados por narcotráfico, robo con violencia, hurtos y otros, sin dar mayores explicaciones de su decisión. Al igual que el resto de los presidentes, simplemente ejerció la facultad respectiva sin ahondar en las características ni la conducta previa de los indultados. Tal vez la posición del presidente Boric se haya orientado más bien al compromiso de dejar el cargo con menos poder del que lo recibía y bajo ese argumento suscriba descender una facultad de tal magnitud a la discusión en el foro.

Sin embargo la memoria colectiva es frágil y el tema de los 12 indultados por el presidente Boric fue dispuesto por la Oposición como uno de los hitos que dificultaba avanzar hacia un Acuerdo Nacional de Seguridad, para el tan necesario “combate a la delincuencia” y la “mano dura”, como si los indultos, la delincuencia y la migración desbordada, hubiesen nacido y crecido a la sombra de un árbol, recién el 11 de marzo de 2022.

Uno esperaría cierto rubor frente a ese tipo de críticas que nacen de la oposición al presidente, pero lo cierto es que cuando desde el progresismo (Mirosevic) se aplauden iniciativas como las del alcalde Carter de andar «demoliendo hoteles», eso de pasar aplanadoras sobre supuestas “casas de Narcos”, cuando se cuestiona la posibilidad de rehabilitar y se prefiere el castigo, se renuncia a los principios humanitarios para abrir cancha al populismo penal, no vamos a resolver ningún problema en materia de seguridad.

Los Carter y los Bukele ya han existido en la historia y siempre terminan regresando, no por eficaces sino porque en realidad nunca lograron triunfar en su tarea. La estrategia de “tolerancia cero” de Rudolph Giuliani fue más una operación mediática que una operación efectiva. La “guerra contra el Narcotráfico”, otro ejemplo de derrota sospechosamente reiterada, en que solo han perdido los ciudadanos y sus impuestos. Como bien afirmaba  Charles Bowden, analista de la guerra antidroga, hay dos guerras de la droga en curso, por una parte la guerra contra las drogas, en la que el Estado lucha contra consumidores y toxicómanos, y, por otra, tenemos la guerra por las drogas, en la que los delincuentes luchan entre sí por hacerse con el control del tráfico.

Desde que Harry Anslinger encabezara la Oficina Federal de Estupefacientes en EEUU, aplicando férreamente la Harrison Act, traspasando el control legal de las drogas desde los médicos hacia los criminales, una nueva banda se alza con el poder cada vez que pasa por encima de los cadáveres de la anterior, es la evolución darwiniana armada con una ametralladora y una papelina de crack (Marks y Hari), entre nosotros, a la Chilean Way: una pistola hechiza y un porro de pasta base.

El Estado tampoco lo ha hecho mejor. En su guerra contra las drogas exportada a todo el mundo, la política de los Estados Unidos solo ha conseguido meter en prisión a más personas que cualquier otra sociedad de la historia de la humanidad y hacer cosas tan extrañas como lanzar veneno desde el aire para acabar con los cultivos de droga sembrados en países extranjeros a miles de kilómetros de distancia, sin resultado alguno más que finalmente atormentar a los drogadictos, personas enfermas, que antes que encerradas en una prisión, debieran estar recibiendo un tratamiento médico serio y financiado con los impuestos que dejaría una regulación normativa abolicionista que al mismo tiempo acabaría con las bandas criminales y no atentaría contra sus consumidores. Pero claro, para el populista penal, ese que siembra el terror en los noticieros y que busca parecer implacable y juicioso, ese fiel representante de lo que el psiquiatra Claudio Naranjo denominaba la mente patriarcal, siempre será más fácil derribar una casa que construir un hospital, castigar antes que sanar, hacer pirotecnia política antes que construir verdaderas políticas públicas.

Esos señores, como nos advertía Charly García de los sujetos que fueron educados con odio: hoy pasan el tiempo, demoliendo hoteles, mientras los plomos cruzan los cables, cazan rehenes.