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Caen las mascarillas, la fantasía permanece

*Por Carlo Mora, abogado de la Universidad de Atacama con estudios de posgrado en la UNR, que ha asesorado a gobiernos locales y organizaciones ciudadanas en temas medioambientales y de RSE en la región.

El anuncio del término de una serie de incómodas medidas sanitarias, como el pase de movilidad y el uso de mascarillas, ha sido recibido- extrañamente- como un triunfo por parte de sectores de una nueva vieja derecha que parece más seducida por el relato de la fantasía terraplanista, globalofóbica, libertariana y reptiliana que por sus propios relatos ideológicos tradicionales. Si bien aquí coincidimos con Zizek en eso de que toda ideología es fruto de una fantasía cínica, resulta paradójico el resurgimiento de una derecha populista capaz de invocar conspiraciones mundiales y toda clase de ignorantes y atrevidos delirios que hemos visto y escuchado tras el plebiscito de salida con el triunfo del rechazo.

Dicho lo anterior, las mascarillas podrán dejar de usarse a contar del 1 de octubre, las máscaras que los dirigentes políticos de la derecha chilena utilizaron en este periodo, se dejaron caer el 4 de septiembre por la noche. Tras un largo proceso constituyente – fallido por múltiples razones que serán materia de análisis sociológico por décadas- los políticos de derecha se replegaron a las sombras, ocultos entre las navajas de Pancho Malo y las faldas de Ximena Rincón y sus felices y forrados adherentes y sponsors, entre posverdades, mitos amarillistas y un legalista aletargamiento electoral del gobierno, regresaron ellos, como buenos reaccionarios a recoger el triunfo de la opción Rechazo como si se tratara de un triunfo político y electoral de su sector,  un sector cuyo último gobierno declaró la guerra a los manifestantes, lesionó los DDHH de centenares de personas y que además horadó su propio entramado institucional extremando la crisis hacia instituciones como Carabineros, el Tribunal Constitucional, el Banco Central, el sistema de AFP y la propia Constitución.

Salieron de las sombras los Larraínes, los Moreiras, los Kast y toda una vieja guardia, regional y provincial –incluso algunos que jamás ganaron una elección popular- toda esa gris y monótona gama de reaccionarios que yacían replegados tras la fachada del amarillismo y el “sentido común”, enganchados al eslogan y fantasía de construir la “Casa de Todos”, una que nos una, decían. Pero tan pronto se enteraron del triunfo del Rechazo, no tardaron en ufanarse de haber ganado, dieron por terminado el gobierno del presidente más votado en la historia, se llevaron a su estantería la copa de un triunfo histórico que no les pertenece, aunque así pretendan convencerse, aunque se aferren a esa fantasía.

El triunfo del rechazo  le pertenece más, y esto es lo verdaderamente delicado, al votante que no cree en la política ni en los “señores políticos”, como decía nuestro más cercano dictador militar. El triunfo le pertenece, verdaderamente, a los mismos ciudadanos que están agotados de las delicadezas del progresismo y su café latte, sin lactosa, azúcar ni cafeína, y de otros que prefieren abrazar una fantasía cualquiera, sea la de una tierra plana, la conspiración de las vacunas y el 5G, los reptilianos antipatriotas o el fin del derecho de propiedad, con tal de evadir sus realidades cotidianas y sus verdaderos temores. Tampoco es algo nuevo,  el mismo fenómeno le ocurrió a los Convencionales electos tras el triunfo del Apruebo, que tras su propia mesiánica elección se montaron en un pony,  y fantasearon que conducían dragones que hacían arder el mundo para crear un mundo nuevo.

Ni lo uno ni lo otro, solo fantasías ardientes, de gentes con capuchas o con mascarillas, de esos que emergen con gloria cuando la democracia demuestra que en su interior también existe el germen de su propia contradicción.

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