Si queremos, cabemos todos
Por Luis Soto Rogel
Magister en Educación, ONG Millenium Atacama
Habiéndonos referido en artículo anterior a la fragilidad de la memoria humana, debemos reiterar el tópico pero ahora desde una perspectiva diferente, esa que tiene desatado el debate sobre el trabajo y producto alcanzado por los convencionales – constituyentes y que ha llevado a señalar que ella no será el factor unificador que habríamos soñado.
Al respecto, se nos olvida que la instancia constituyente no se creó a partir de un éxtasis patriótico para alcanzar la unidad de todos los chilenos. En estricto rigor, surgió como la salida política a un momento de tremenda tensión, que generó el súbito estallido social que, en especial en sus primeras etapas, nadie puede arrogarse el derecho a decir que lo entendió en su justa medida desde el principio. Por el contrario, las versiones iban desde considerarlo una acción desatada por agentes enemigos externos hasta el accionar propio de una invasión alienígena. Este lamentable olvido, de cómo se generan las situaciones sociales y no asumir sus reales motivaciones, lleva a tener expectativas que, siendo deseablemente ideales, no pueden ser satisfechas en forma unánime, puesto que ya en su anárquica génesis, las motivaciones principales fueron las reivindicaciones sociales de distinto orden y frente a las cuales, desde siempre, ha habido partes y contrapartes con intereses y percepciones a veces definitivamente contrapuestas de cómo debe ser la urdimbre político – administrativa, la asignación de recursos y la distribución de la riqueza, entre otros tantos aspectos que se comparten en la convivencia de un país.
En este aspecto, el proceso y la formulación de una propuesta de nueva Constitución es imposible que genere por si misma unanimidad política si además, antes de su visualización como como una salida descompresora, las instancias políticas tenían grandes discrepancias estimándola algunos, como innecesaria y atentatoria contra la futura estabilidad que si garantizaba la Constitución existente, mientras otros la impulsaban como una necesaria respuesta a las demandas de la mayoría ciudadana. Naturalmente al ponerse en marcha el mecanismo consultivo para aprobar o rechazar el inicio de un proceso constituyente y así establecer una nueva Constitución, se amplificó el clima confrontacional anterior.
La población consultada autorizó la implementación del proceso y, consecuentemente, el acto eleccionario para determinar quiénes serían los encargados de llevarlo a cabo. Elegir a los representantes de las diversas visiones fue, en su momento, otro escenario en que la discrepancia tenía alterado el clima social. Con disímiles índices de satisfacción, ese proceso terminó aunque con disenso respecto de la calidad de los convencionales en que una parte importante de la argumentación cuestionadora se orientó a la “calidad” de algunos de los convencionales – constituyentes elegidos y de quienes se supuso incompetencia para realizar una tarea tan delicada y específica, reservada para especialistas jurídicos.
Ahora, superados el inicio, transcurso y finalización del trabajo de elaboración que en esta etapa ha evacuado un producto en borrador, y todavía en un terreno que no hay nada definitivo, se escuchan las mismas voces apocalípticas anteriores donde el juicio menos drástico se construye sobre la base de declarar que este proceso es inválido porque no cumple con las expectativas específicas de cada uno de los sectores que enjuician y profetizan el fracaso. Unos porque se toca la coma del ideal que siempre fue la Constitución vigente y los otros porque fueron desechados sus bizarros postulados refundacionales. ¿Será entonces una razonable expectativa esperar que una propuesta que, declaradamente, se originó en forma multitudinaria para dar cabida a las pretensiones de mayor equidad y justicia, pueda dejar conforme a la totalidad de la población cuando para ello hubo que remover, cambiar, sustituir, innovar y replantear nuestros mecanismos de convivencia? Claramente eso es imposible, pero si es posible que bajemos al terreno de la tolerancia, respeto y humildad para considerar que lo que hemos hecho es una incuestionable acción democrática observada y apreciada por el mundo con admiración, incluso por entidades que analizan el futuro de nuestro país con la mirada fría de la inversión.
Como refiere en uno de sus ponderados comentarios Don Agustín Squella, ¿seremos lo suficientemente inteligentes los chilenos para desechar la pintura de guerra para darle cabida a la razón de la convivencia argumentativamente discrepante pero en paz?
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