Hombres en tiempos de oscuridad. Cuando el Estado esgrime legítima defensa
POR CARLO MORA, ABOGADO DE LA UNIVERSIDAD DE ATACAMA CON ESTUDIOS DE POSGRADO EN LA UNR, QUE HA ASESORADO A GOBIERNOS LOCALES Y ORGANIZACIONES CIUDADANAS EN TEMAS MEDIOAMBIENTALES Y DE RSE EN LA REGIÓN.
Veo las noticias una vez más, y tras el espanto inicial, siento que vivimos en uno de esos momentos que podrían definirse como de interregno. Lo advertía el filósofo argentino, Darío Sztajnszrajber, a propósito de plantear a nuestra posmodernidad como un momento de transición entre la modernidad y “lo que sea que se nos venga por delante”, una suerte de bisagra, como lo fuera el siglo XVII, escisión entre la Edad Media y la Modernidad. Como ejemplo, la experiencia de la Inquisición, que si bien nació en la Edad Media, que es donde nuestra conciencia colectiva la ubica- inflamada por las visiones de Juana de Arco- lo cierto es que la Santa Inquisición se radicalizaría más fuertemente y alcanzaría su cenit en ese siglo tardío cuando la Iglesia sintió que, frente a la arremetida antropocéntrica, el mundo se le empezaba a escapar de las manos, y para atraparlo de vuelta, debía reaccionar con fuerza, y ahí entendemos el juicio a Galileo, apenas 30 años después de que quemaran a Giordano Bruno.
Los seis disparos sobre el malabarista de Panguipulli, zona donde años atrás apareció “suicidada” la dirigente medioambiental Macarena Valdés -tras un conflicto con empresas eléctricas que atravesaban cables sobre su propiedad- estimo obedecen a un fenómeno similar que explica (no justifica) la brutalidad en las arremetidas del poder en contra del ciudadano.
El recrudecimiento en las acciones de quienes detentan los poderes, es propio de etapas de interregno como la que atravesamos desde el Estallido Social de octubre de 2019. Algunos dicen ya, que en realidad, ésta es la verdadera transición a la democracia. Eso sería a la vez que triste, esperanzador.
Lo cierto es que se camina a ciegas en estos periodos, no se conoce el destino, pero lo que sí resulta diáfano, es la brutalidad de quienes lo resisten, sea por el lado de la resistencia o del lado de quienes van empujando la disidencia, generando lo que un popular payaso de tira cómica, llamaría como el choque de una fuerza infinita contra un objeto inamovible.
Pero salir de este loop, desanudar esta rosca infinita entre quienes, el jurista Werner Goldschmidt llamaría; sitiadores y sitiados, no es sencillo. Tenemos, claro está, de un lado a aquellos que pretenden mantener el estado actual de cosas, negando la realidad “resentida” del otro. Esa desagradable “otredad” subhumana de quien no es como yo. Bajo esa premisa se acogen al beneficio de la fuerza bruta, invocan el advenimiento del peso de la noche imbuidos en la virtud ambiciosa de quien detenta el poder como si de un derecho endogámico adquirido por herencia les admitiera alentar en su legítima defensa, que ciertos funcionarios públicos a quienes les otorgamos, entre todos, el monopolio de la fuerza estatal, se hagan parte como una suerte de agencia de seguridad privada contratada para su propio bienestar, lo que se verifica desde que los organismos policiales aparecen más preocupados por dañar a estudiantes revoltosos o a inadaptados manifestantes, mientras que sus labores con la clase acomodada se circunscriben a cuidar la casa de una hija del presidente cuando se va de vacaciones o de enterrar amorosamente en la arena, los quitasoles de acomodados veraneantes que doran su piel en playas donde no se consume el popular melón con vino.
La ejecución pública que vimos en Panguipulli debiera ser el tan esperado punto de inflexión para los cambios, y decimos “esperado” porque pese a la multiplicidad de “hechos aislados”, no desemboca: a pesar de los “suicidios” de dirigentes ambientales (que firmando Escazú tendrían una mínima protección), a pesar de los centenares de mutilados oculares, a pesar de los baleados y los asesinados, a pesar de los presos de la revuelta, a pesar del chico empujado al Mapocho y a pesar de la imagen de una niña mapuche aplastada contra el piso por agentes estatales, justo el día en que se juzgaba a los asesinos de su padre.
Angustia, por cierto, que no obstante lo brutal y evidente de los hechos y de las últimas imágenes, exista un país dentro del país, uno que (comprensiblemente resistente a los cambios) insista en justificar lo injustificable, negando aquello que en diez años más será materia de oprobio social, rubor individual y pregunta obligada de sus nietos.
Tal vez sea todo una confirmación de aquella teoría que va a medio camino entre la física cuántica y el misticismo oriental, que plantea que la realidad no es más que un proceso mental individual, y así, de Las Condes al cielo, el oasis de Piñera realmente existe por razones cuánticas que ni Max Planck podría explicar a ciencia cierta.
Tendremos que hacer el intento y abrir la mente aquellos resentidos que creemos necesario empujar cambios sociales sobre la redistribución de la riqueza nacional, porque si existen los resistentes, si chocamos contra quienes consideran justo acribillar a tiros a un malabarista por no portar su cédula de identidad, si tenemos un presidente que felicita a una entidad policial cuestionada por desfalcos y violaciones a los dddhh, es porque existe también latente, a la manera jungeana, una sombra colectiva no asumida y rechazada por las voces de esa izquierda que se pretende progresista y políticamente correcta, a la vez que incapaz de aceptar, integrar y transformar ese cúmulo de conductas que prefiere relegar a la oscuridad, pero que no por ello va a dejar de existir por mucho lenguaje inclusivo que se afane.
¿No es prueba de la sombra, la existencia de zonas de sacrificio ambiental a las que se les niega, incluso por motivos éticos impuestos desde afuera, la posibilidad de obtener recursos directamente de quienes los impactan? ¿No indigna el “buenismo” de pomposos anuncios sobre planes de desindustrialización sin preocuparse del destino laboral de los sacrificados? ¿No es un insulto que el impuesto verde de 50 millones de dólares anuales de Huasco se quede en Santiago mientras que el Estado va a pagar cifras igualmente millonarias a empresas trasnacionales billonarias que se acogerán al estado de reserva estratégica suspendiendo sus operaciones?.
El Estado hace su parte, pero el Estado viene siendo manejado desde hace casi 40 años por el mismo cuerpo de élite compuesto por rancios derechistas y variopintos progresistas que sin embargo se han dado maña para autorizar transversalmente a un conjunto de megaproyectos extractivos y de energía, sin compensar en nada a los habitantes de esas zonas sombrías y devastadas.
Decía Jung, que así como compartimos con la humanidad una identidad biológica básica, también a nivel del intelecto y del subconsciente compartimos un código básico, y así como poseemos un arquetipo de la sombra individual donde arrojamos todo aquello que negamos de nosotros mismos -aquello que nos avergüenza y que negamos aunque se arranque en momentos de disipación- existe también una sombra colectiva de la que tenemos que hacernos cargo, porque ese inconsciente colectivo, nos guste o no, es el que ha permitido el arribo de cierto tipo de gobernantes, que como sujetos históricos, representan fielmente la encarnación de todo aquello que entendemos a un nivel consciente como repudiable, como perverso, aquello que nos molesta, que nos avergüenza y que repudiamos, pero que sin embargo está presente en nuestro inconsciente individual y en el colectivo del cuerpo social.
Comparto aquello de que vamos construyendo a un nivel colectivo e inconsciente ciertos códigos sociales que nos estructuran, siguiendo a Hannah Arendt en su olvidado ensayo “Hombres en tiempos de Oscuridad” donde expone el descubrimiento del “eje histórico empírico” de Jaspers, planteando que todas las naciones poseen “un marco común de autocomprensión histórica” que va emergiendo en medio del proceso espiritual (800 y 200 a. C) a la sombra de Confucio y Lao-tse en China, los Upanishads y Buda en India, Zaratustra en Persia, los profetas de Palestina, Homero, los filósofos, las tragedias griegas. Se trataría de un periodo caracterizado porque los hechos, dice Jaspers, pese a estar totalmente desconectados unos de otros, se convirtieron en los orígenes de las grandes civilizaciones históricas del mundo con algo único en común: “es la época del concepto de Un Dios trascendente” en la religión;y del descubrimiento del “Ser como un todo”, en la filosofía, “del Ser como básicamente diferente de todos los demás seres; cuando, por primera vez, el hombre se convierte en un enigma para sí mismo (según las palabras de Agustín), se vuelve consciente de la conciencia, empieza a pensar sobre el pensamiento; cuando en todas partes aparecen grandes personalidades que se consideran individuos y diseñarán nuevos modos individuales de vida.”
No obstante que las señales contemporáneas son mas bien propias de una película de ciencia ficción post apocalíptica, de esas tipo Mad Max- donde un patán con máscara de huesos, que se apropia del agua para regar sus paltos y que junto a sus infalibles gorilas armados controla con guante de hierro a los miserables que heredaron la tierra después de que las élites abandonaran el planeta para irse a vivir a un satélite vip- yo escojo ser optimista y consciente frente a lo que estamos viviendo.
Así como el siglo XVII nos sacó de las sombras de la Edad Media y nos trajo a la edad Moderna, reafirmando los principios de la razón, la belleza del renacimiento y del humanismo quiero pensar que este periodo oscuro que vivimos nos va a llevar un lugar mejor. No escojo quedarme solo con la furia y la oscuridad impotente frente a un Estado que -una vez más- sacrifica a los desechables actuando en legítima defensa de sus intereses, quiero pensar que todos estos sacrificios, de quienes habitamos la periferia del poder, nos harán integrar lecciones dolorosas que nos servirán para atravesar este tránsito desde nuestra posmodernidad nacional de sombras, conquista, polución y sangre, abriendo el camino hacia algo diferente, avanzando desde el individualismo antropocéntrico propio de la modernidad capitalista, hacia una sociedad cuyo camino de evolución y supervivencia se encuentre con la espuma de las orillas de la colaboración humana en integración con el planeta.