GATOPARDOS RUMBO A LA DESCARBONIZACIÓN
Por Carlo Mora, abogado de la Universidad de Atacama con estudios de posgrado en la UNR, que ha asesorado a gobiernos locales y organizaciones ciudadanas en temas medioambientales y de RSE en la región.
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El domicilio de las termoeléctricas en Chile se encuentra en el sector oriente de la Capital. Para efectos de patentes municipales pagan el grueso de los derechos allí, no obstante que sus industrias se ubican en otros lugares. Esos “otros lugares” que sostienen las chimeneas, solo tienen la calidad de “sucursales” y perciben una proporción en relación al número de trabajadores declarados en ellas, conforme a lo que dispone el lamentable inciso final del artículo 24 y el inciso primero del 25 de la Ley de Rentas Municipales.
Más específicamente, Aes Gener, dueña del complejo Guacolda en Huasco, que posee también centrales a carbón en Tocopilla, Antofagasta y Valparaíso, tiene su casa matriz en Las Condes, y declara a las anteriores como sucursales. De los 5.229 MW de capacidad instalada que tiene la generadora de AES, 3.014 MW son a carbón. Engie Energía, otra importante generadora termoeléctrica, produce 1329 MW directo desde el calor que proporciona el carbón en sus generadoras de Tocopilla y Antofagasta. Engie también tiene su domicilio en Las Condes. A diciembre de 2019, el 52% de la generación de energía nacional, proviene de las centrales térmicas y dentro de esas, su fuente principal es generada por el carbón. Otra característica en común, los domicilios de sus casas matrices se ubican en Las Condes y allí pagan su patente principal. El aporte de MP 2.5, eso sí, se carga exclusivamente a la cuenta de los que habitan las sucursales.
Para el plebiscito recién pasado, en el pueblito que se llama Las Condes, un canal de televisión dispuso a un robot llamado “Claudia” para apoyar la transmisión televisiva. Ante las críticas por la enorme cantidad de recursos que esa comuna disponía y que le permitía darse el lujo de la IA para el proceso electoral – mientras en La Florida una persona oxigeno dependiente rogaba ayuda para subir al local de votación- el Municipio de Las Condes debió aclarar que el robot instalado en el colegio “Verbo Divino”, no era parte de su staff. No obstante, la aclaración, la sensación de desigualdad y apartheid se consolidaría solo algunas horas después, cuando el 78% del país desahuciaba la Constitución de Pinochet y solo 3 comunas votaban por su mantención, precisamente, Las Condes, Vitacura y Lo Barnechea. Como contrapartida, en las denominadas Zonas de Sacrificio, el Apruebo alcanzaba cifras promedio del 90%.
En una semana en que analistas entregaron variopintas explicaciones, las que van desde un llamado separatista de independencia o un supuesto “mayor nivel educativo” en las comunas del Rechazo, y otras más condescendientes en tonos más bien paternalistas -en qué he fallado hijo mío- también se ha llegado a hablar de un apartheid, de una isla de la fantasía, de la banda del oasis que ha secuestrado al resto del país.
Lo cierto es que aquellos que habitan los sectores más privilegiados de la población ni siquiera tuvieron el deseo de modificar sus circunstancias a la manera que ofrece el cambio constitucional, tributario de un “acuerdo por la paz” que recuerda sugerentemente a la novela de Tomasi de Lampedusa, pues “si como tantas veces ha sucedido, tuviera que desaparecer esta clase, se constituiría en seguida otra equivalente, con los mismos méritos y los mismos defectos”.
Parecen no razonarlo y así confirmarían la tesis hegeliana de la dialéctica del amo y el esclavo, donde el amo tras su reconocimiento como tal queda absorto y perplejo y se desconectaría de la realidad, en tanto que el esclavo, por el contrario, trabajará la materia y con ello comenzará a construir la cultura, porque la cultura es el trabajo que el hombre ejerce sobre la naturaleza. Un buen ejercicio es observar la calidad de las campañas y contrastarlas con los recursos de uno y otro lado.
En esta marea de cambios que se sienten en el aire, la Cámara de diputados aprobó a renglón seguido, y de forma casi unánime, un proyecto para poner término a las centrales termoeléctricas a carbón, disminuyendo los plazos originales y adelantando el cierre de las termoeléctricas para el 2025, a diferencia de la propuesta consensuada por el Gobierno y las empresas que, originalmente y a través del Plan de Descarbonización anunciado en 2019, promovía una transición de carácter voluntario con un plazo de 20 años, de modo de cerrar estas centrales, consideradas altamente contaminantes, en el año 2040.
La iniciativa consta de un artículo único que prohíbe este tipo de plantas en todo el territorio nacional. Adicionalmente, una disposición transitoria señala que esta ley comenzará a regir el 31 de diciembre de 2025 para las plantas de generación termoeléctrica a carbón que tengan menos de treinta años de antigüedad.
La norma pasa a Comisión nuevamente para el análisis de las indicaciones, sin embargo, ya se extraña que sus promotores no se hagan cargo del proceso que se ha denominado como de “transición justa”. La historia nos ha enseñado que conceptos como “transición” deben llamarnos al cuidado.
Cuando el Estado de Chile autoriza inversiones en algún territorio que significarán impactos ambientales al punto de convertirlos en zonas de sacrificio, la imagen que me viene a la mente es la de un portonazo institucionalizado en forma de RCA, una intromisión a las formas de vida de ese lugar, un asalto a mano armada que introduce un cuchillo por el costado. El problema es que la historia no se reduce solo a eso, pues la víctima va a sobrevivir el ataque y se acostumbrará a respirar con el cuchillo puesto. Lo que no se cuenta de la descarbonización, así como no se ha reconocido tampoco respecto del abandono de relaves que rodean Copiapó y Chañaral, es que sacar el cuchillo para decir Chao Carbón puede significar también, desangrar a la víctima si no se procura hacer bien las cosas.
Desde que una comuna pequeña que originalmente se desarrollaba en base a la pesca y la agricultura se industrializa, como ocurrió con Huasco desde fines de los años 60 con la planta de pellets, su base productiva se ha tornado monodependiente y el rótulo “zona de sacrificio” no ayudará en ningún caso a una reinvención de la mano de proyectos de agroturismo sustentable una vez retiradas las centrales. Estamos hablando de comunas que en el mejor de los casos cuentan con un Programa de Recuperación Ambiental cuya principal actividad (y gasto objetivo) por parte del Estado de Chile y del MMA ha sido en poner a temerarios runners a correr junto a las chimeneas en publicitadas “corridas nocturnas”. Ni siquiera un Superfund como el de los norteamericanos que acoge y apoya a los precarizados rednecks que habitan en casas rodantes en las inmediaciones de las zonas designadas por contaminación, viene a plantear el programa de retiro del carbón. Pero se viene, y lo aplaudimos y nos felicitamos por ser tan ecológicos. Tenemos que esperar a ver quién se hace cargo de esta nueva “transición”, de esta “transición justa” y ver qué tan justa va a resultar para los habitantes de esas comunas. De momento, solo la termoeléctrica Guacolda plantea tener más de 600 empleos amenazados, y producto del cierre actual de centrales de su controladora y los mecanismos de depreciación acelerada que se utilizan, el impacto en los recursos por las patentes municipales ya ha comenzado a golpear al gobierno local en cuanto a recaudación. Por cierto, que esto último, más que desalentar su retiro implica un incentivo para que los municipios no extrañen su vecindad. No es descabellado pensar que a este ritmo, a medio camino hacia el 2025, terminen tributando igual que el carrito de completos de la Sra. Juanita, a la vez que entregando la totalidad del impuesto verde a un Estado que muy probablemente les indemnizará por el cierre anticipado y seguirá efectuando un cambio en la matriz energética sin rehabilitar ni compensar a las personas de los territorios que por décadas han soportado su inver(va)sión, y que si quedan desamparados serán caldo de cultivo para nuevas “industrias”, unas que los rescaten de su barbarie, de su cesantía, de esa falta de desarrollo que padecen esos pueblos de simples, a cambio, por supuesto de otros impactos ambientales, porque al modo del Gatopardo, quienes los sustituyan serán chacalitos y hienas, y todos, gatopardos, chacales y ovejas, continuarán creyéndose la sal de la tierra, que habita por allá al oriente, donde siempre sale el sol.